Escribir es la única vía de escape cuando la realidad se nos echa encima. Cuando ésta nos aplasta con la facilidad de quién pisa una pequeña hormiga inocente que poca culpa tiene de todo su alrededor. Sentirte pequeño es lo único que se acrecienta en ti, mientras todas tus virtudes caen rendidas ante la desgracia y todos los defectos salen a la luz acentuándose.
Como si ya nada fuera como antes, intentas huir lo más lejos posible sin querer tan solo echar un vistazo atrás viendo todo lo que dejas completo e incompleto. Ni una sola palabra sale de tu boca. Ni un ápice de voz puede emitir ya tu garganta rota del llanto y la desgracia que han sucumbido ante el deseo de aparecer en tu vida. Una sola gota de compasión cae en tu mente en el intento de mejorar, pero no es suficiente, ya nada lo es. Las miradas furtivas de cariño y respeto han dejado de ser ese bálsamo contra el inevitable suspiro de desastre.
Caminas perdido buscando una solución que ya nunca llegará. No volverá, porque ya está demasiado lejos para volver. A veces, no todo es sentarse a hablar. Hay veces que no decir nada es lo mejor, es la sincera forma de protestar interior y exteriormente, el silencio. Silencio vacío que guarda el rencor que recorre tu interior. Rencor y tristeza que culmina en la mezcla del horror y la desgracia.
Escribo como aquella persona que intenta huir, escapar y que lo consigue durante unos instantes, pero que cuando vuelve en sí, a la realidad, se da cuenta de que sigue en el mismo lugar del que partió y que todo ésto no hecho más que empezar.
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