miércoles, 12 de junio de 2013

Objetos perdidos

Autora: Laura Montagut
Prólogo: Verónica Quirós


PRÓLOGO

Cuando se me ocurrió la idea de escribir este humilde prólogo para este pequeño, pero a la vez, gran cuentecillo, no caí en las cuentas de que para hacer un buen prólogo debes estar segura de lo que tienes que decir, y yo, como era de esperar, no lo estoy. Pero aún así, intentaré explicaros lo mejor posible quién es el ilustre personaje que escribió este pequeño cuento que tanto me encantó.

Lo primero que tengo de deciros es que la persona que escribe esto es diferente, y explico por qué. Una mente que es capaz de imaginar un cuento así puede aparentar pertenecer a alguien sumamente complicado, complejo e incluso, si me apuras, misterioso. Pero nada más lejos de la realidad, la persona que escribe esto es muy sencilla, muy a su manera, predecible, cotidiana, normal, es como cuando se te arruga el folio cuando estás borrando el lápiz. Tan normal cuando la conoces que conforme vas adentrándote en su mundo, la cosa se va complicando y, ¿hay algo más normal que eso?

Leer un cuento así te hace volver a tu pasado más escondido, a darle vueltas a cosas que yacen en tu subconsciente y que casi nunca sacas a relucir para pensarlas un poco. Es un cuento tan cotidiano como que un niño se pierda en un centro comercial. ¿Quién no se ha perdido alguna vez de la mano de su madre?

Quizás las circunstancias en las que se escribió este micro-relato dieron pie a que se haga una reflexión sobre lo que vamos perdiendo a lo largo de la vida. Y quizás el mensaje sea esperanzador, dejando entrever el optimismo y la alegría, que para mí, definen a la autora.

Sin duda alguna, en la vida pasan muchas cosas: personas que se van, otras que vienen, momentos, lágrimas de alegría, sonrisas cómplices, gritos de rabia, decepciones, amistades... Y, quizás, con cada cosa que pase por nuestra vida, ya sea para bien o para mal, se nos vaya algo, algo que se pierde, algo que se olvida, algo que queda perfectamente guardado en una estantería de la que no sabremos nada hasta que no queramos buscarla, y cuando la encontremos y veamos todo lo que allí hay, seremos conscientes de que nada es tan irrecuperable como para perderlo eternamente.


Con este prólogo tengo el enorme agrado de presentar esta pequeña obra maestra, cuya autora no solo es una colega, si no la amiga de toda una vida recién descubierta.

OBJETOS PERDIDOS

Arnau era un niño normal, de los que dibujan soles en las esquinas superiores de los folios, de los que al borrar sus dibujos a lápiz se les arruga el papel y de los que aún no saben dibujar los dedos de las manos de las personas. Vamos, un niño normal, normal. Y como buen niño normal, un día se perdió en El Corte Inglés. En la sección de perfumería de la planta 0 concretamente.

Aquel día, Arnau anduvo y anduvo sin rumbo entre estantes de perfumes, bolsos e incluso bragas, en busca de su madre, de la cual había estado agarrado de la mano hasta pocos instantes antes. Estaba desesperado y tenía la sensación de ser Pulgarcito en un mundo de gigantes, no paraba de mirar hacia arriba en busca de su madre pero solo encontraba caras desconocidas que le miraban con una mezcla de curiosidad y ternura.

De repente, alguien le cogió del brazo y le llevó a la velocidad de la luz a una sala oscura. Era una sala grande, repleta de objetos perfectamente ordenados, objetos que parecían estar esperando a alguien. Estaban todos dispuestos en estantes, uno al lado del otro con la distancia suficiente como para no rozarse, pero sin desperdiciar ni un centímetro cuadrado más del necesario.

Arnau empezó a andar, maravillado, y con la curiosidad que le caracterizaba se paseo por delante de todos aquellos estantes.

Primero, se fijó en uno que suspendía en el aire un montón de objetos pequeñitos. Había muchos repetidos y contenía todas aquellas cosas que parecen haberse esfumado sin avisar, que parece que se los ha tragado un agujero negro. Allí encontró los clips de los estudiantes organizados, que creyendo haberlos puesto en su estuche, nunca más los habían encontrado. También encontró horquillas de chicas veinteañeras que se habían perdido por los cajones del cuarto de baño. Seguidamente, había un montón de mecheros, ordenados por tipo, tamaño y color, que se habían perdido entre los huecos del sofá, bolsillos de pantalones e incluso alguno presentaba señales de haberse perdido en alguna fiesta. Finalmente, y para concluir con ese estante, en la parte de la derecha, amontonados, había ordenados por tipo y color, toda una serie de calcetines. Los calcetines, además, se caracterizaban por diferenciarse entre los que tenían pareja, y los que no. La mayoría de ellos provenían de lavadoras o de entre las sábanas, pero también había alguno, sobre todo los negros, que se habían perdido en bolsas de deporte o maletas de viaje, quedando olvidados en una esquina de éstas sin que su propietario pudiera diferenciarlos del fondo.

Al acabar con ése estante, Arnau se fijó en otro que estaba en una esquina muy oscura de la habitación. Allí había de todo, y mezclado. Primero encontró una zona dónde se albergaban desde semifinales de la Champions hasta partidos de segunda regional, pasando por torneos de verano. Los había de distintos deportes y disciplinas pero todos tenían una cosa en común, con ellos se habían quedado la ilusión de niños, niñas, mujeres y hombres, que algún día la depositaron junto al partido.

En la siguiente zona del estante de la esquina había dinero, mucho dinero, que se había perdido en negocios imposibles o casinos, aunque el que más le llamó la atención fue un cajón dónde ponía “jubilación”, porque fue el único que no consiguió comprender del todo porque se había perdido.

Ya en la última zona del estante encontró un montón de naranjas. Pequeñas, grandes, maduras, verdes, con la piel arrugada… pero todas tenían una cosa en común, estaban partidas por la mitad. Éstas, según lo que decía en las etiquetas que tenían debajo se habían perdido por distancia, mentiras, aburrimiento, o falta de sexo.

Arnau se hallaba atónito por todo lo que estaba encontrando, allí había millones de cosas y quería seguir descubriendo todo lo que se podía perder, porque él, lo máximo que había perdido había sido una docena de cromos de la Liga en el recreo y otras tantas piezas de Lego. Siguiendo su recorrido guiado por la curiosidad quiso acercarse a uno que estaba bajo la etiqueta de “Juicio”, pero le dio miedo y no quiso acercarse más de lo necesario, pues allí estaban todas las mentes atormentadas de los locos, paranoicos e incluso algún hipocondríaco, que más que perderse, nunca supieron encontrarse a sí mismos.

A continuación le llamó la atención un estante que figuraba bajo la etiqueta de “Causas perdidas”, pero al acercarse, una mano le agarró fuerte del brazo. Aunque ésta vez esa forma de agarrar le resultó familiar, y al volver la cabeza para arriba, la vio. Allí estaba, sacándole de la habitación oscura, su madre, ejerciendo el papel de superhéroe mezclado con el de detective. La madre, al verlo, le dio una buena cachetada en el culo no sin después torturarle a besos y abrazos de los que parecen que no te van a dejar escapar nunca más.

De camino a casa, Arnau empezó a contarle a su madre todo lo que había visto en esa habitación, a lo que su madre respondió :

                     - “Bueno, ahora ya sabes dónde irá a parar todo lo que vayas perdiendo con el tiempo, así que, sea lo que sea, piensa que siempre estarás a tiempo de recuperarlo… aunque será difícil de encontrar entre tantos estantes, pero seguirá allí, esperando a que lo encuentres.”

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