Autora: Laura Montagut
Prólogo: Verónica Quirós
PRÓLOGO
Cuando se me ocurrió la idea de
escribir este humilde prólogo para este pequeño, pero a la vez,
gran cuentecillo, no caí en las cuentas de que para hacer un buen
prólogo debes estar segura de lo que tienes que decir, y yo, como
era de esperar, no lo estoy. Pero aún así, intentaré explicaros lo
mejor posible quién es el ilustre personaje que escribió este
pequeño cuento que tanto me encantó.
Lo primero que tengo de deciros es que
la persona que escribe esto es diferente, y explico por qué. Una
mente que es capaz de imaginar un cuento así puede aparentar
pertenecer a alguien sumamente complicado, complejo e incluso, si me
apuras, misterioso. Pero nada más lejos de la realidad, la persona
que escribe esto es muy sencilla, muy a su manera, predecible,
cotidiana, normal, es como cuando se te arruga el folio cuando estás
borrando el lápiz. Tan normal cuando la conoces que conforme vas
adentrándote en su mundo, la cosa se va complicando y, ¿hay algo más
normal que eso?
Leer un cuento así te hace volver a tu
pasado más escondido, a darle vueltas a cosas que yacen en tu
subconsciente y que casi nunca sacas a relucir para pensarlas un
poco. Es un cuento tan cotidiano como que un niño se pierda en un
centro comercial. ¿Quién no se ha perdido alguna vez de la mano de
su madre?
Quizás las circunstancias en las que
se escribió este micro-relato dieron pie a que se haga una reflexión
sobre lo que vamos perdiendo a lo largo de la vida. Y quizás el
mensaje sea esperanzador, dejando entrever el optimismo y la alegría,
que para mí, definen a la autora.
Sin duda alguna, en la vida pasan
muchas cosas: personas que se van, otras que vienen, momentos,
lágrimas de alegría, sonrisas cómplices, gritos de rabia,
decepciones, amistades... Y, quizás, con cada cosa que pase por
nuestra vida, ya sea para bien o para mal, se nos vaya algo, algo que
se pierde, algo que se olvida, algo que queda perfectamente guardado
en una estantería de la que no sabremos nada hasta que no queramos
buscarla, y cuando la encontremos y veamos todo lo que allí hay,
seremos conscientes de que nada es tan irrecuperable como para perderlo eternamente.
Con este prólogo tengo el enorme
agrado de presentar esta pequeña obra maestra, cuya autora no solo
es una colega, si no la amiga de toda una vida recién descubierta.
OBJETOS PERDIDOS
Arnau era un
niño normal, de los que dibujan soles en las esquinas superiores de
los folios, de los que al borrar sus dibujos a lápiz se les arruga
el papel y de los que aún no saben dibujar los dedos de las manos de
las personas. Vamos, un niño normal, normal. Y como buen niño
normal, un día se perdió en El Corte Inglés. En la sección de
perfumería de la planta 0 concretamente.
Aquel día, Arnau anduvo y anduvo sin
rumbo entre estantes de perfumes, bolsos e incluso bragas, en busca
de su madre, de la cual había estado agarrado de la mano hasta pocos
instantes antes. Estaba desesperado y tenía la sensación de ser
Pulgarcito en un mundo de gigantes, no paraba de mirar hacia arriba
en busca de su madre pero solo encontraba caras desconocidas que le
miraban con una mezcla de curiosidad y ternura.
De repente, alguien le cogió del brazo
y le llevó a la velocidad de la luz a una sala oscura. Era una sala
grande, repleta de objetos perfectamente ordenados, objetos que
parecían estar esperando a alguien. Estaban todos dispuestos en
estantes, uno al lado del otro con la distancia suficiente como para
no rozarse, pero sin desperdiciar ni un centímetro cuadrado más del
necesario.
Arnau empezó a andar, maravillado, y
con la curiosidad que le caracterizaba se paseo por delante de todos
aquellos estantes.
Primero, se fijó en uno que suspendía
en el aire un montón de objetos pequeñitos. Había muchos repetidos
y contenía todas aquellas cosas que parecen haberse esfumado sin
avisar, que parece que se los ha tragado un agujero negro. Allí
encontró los clips de los estudiantes organizados, que creyendo
haberlos puesto en su estuche, nunca más los habían encontrado.
También encontró horquillas de chicas veinteañeras que se habían
perdido por los cajones del cuarto de baño. Seguidamente, había un
montón de mecheros, ordenados por tipo, tamaño y color, que se
habían perdido entre los huecos del sofá, bolsillos de pantalones e
incluso alguno presentaba señales de haberse perdido en alguna
fiesta. Finalmente, y para concluir con ese estante, en la parte de
la derecha, amontonados, había ordenados por tipo y color, toda una
serie de calcetines. Los calcetines, además, se caracterizaban por
diferenciarse entre los que tenían pareja, y los que no. La mayoría
de ellos provenían de lavadoras o de entre las sábanas, pero
también había alguno, sobre todo los negros, que se habían perdido
en bolsas de deporte o maletas de viaje, quedando olvidados en una
esquina de éstas sin que su propietario pudiera diferenciarlos del
fondo.
Al acabar con ése estante, Arnau se
fijó en otro que estaba en una esquina muy oscura de la habitación.
Allí había de todo, y mezclado. Primero encontró una zona dónde
se albergaban desde semifinales de la Champions hasta partidos de
segunda regional, pasando por torneos de verano. Los había de
distintos deportes y disciplinas pero todos tenían una cosa en
común, con ellos se habían quedado la ilusión de niños, niñas,
mujeres y hombres, que algún día la depositaron junto al partido.
En la siguiente zona del estante de la
esquina había dinero, mucho dinero, que se había perdido en
negocios imposibles o casinos, aunque el que más le llamó la
atención fue un cajón dónde ponía “jubilación”, porque fue
el único que no consiguió comprender del todo porque se había
perdido.
Ya en la última zona del estante
encontró un montón de naranjas. Pequeñas, grandes, maduras,
verdes, con la piel arrugada… pero todas tenían una cosa en común,
estaban partidas por la mitad. Éstas, según lo que decía en las
etiquetas que tenían debajo se habían perdido por distancia,
mentiras, aburrimiento, o falta de sexo.
Arnau se hallaba atónito por todo lo
que estaba encontrando, allí había millones de cosas y quería
seguir descubriendo todo lo que se podía perder, porque él, lo
máximo que había perdido había sido una docena de cromos de la
Liga en el recreo y otras tantas piezas de Lego. Siguiendo su
recorrido guiado por la curiosidad quiso acercarse a uno que estaba
bajo la etiqueta de “Juicio”, pero le dio miedo y no quiso
acercarse más de lo necesario, pues allí estaban todas las mentes
atormentadas de los locos, paranoicos e incluso algún hipocondríaco,
que más que perderse, nunca supieron encontrarse a sí mismos.
A continuación le llamó la atención
un estante que figuraba bajo la etiqueta de “Causas perdidas”,
pero al acercarse, una mano le agarró fuerte del brazo. Aunque ésta
vez esa forma de agarrar le resultó familiar, y al volver la cabeza
para arriba, la vio. Allí estaba, sacándole de la habitación
oscura, su madre, ejerciendo el papel de superhéroe mezclado con el
de detective. La madre, al verlo, le dio una buena cachetada en el
culo no sin después torturarle a besos y abrazos de los que parecen
que no te van a dejar escapar nunca más.
De camino a casa, Arnau empezó a
contarle a su madre todo lo que había visto en esa habitación, a lo
que su madre respondió :
- “Bueno, ahora ya sabes
dónde irá a parar todo lo que vayas perdiendo con el tiempo, así
que, sea lo que sea, piensa que siempre estarás a tiempo de
recuperarlo… aunque será difícil de encontrar entre tantos
estantes, pero seguirá allí, esperando a que lo encuentres.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario