Abres los ojos. La luz se cuela por las rendijas que deja la persiana. Parece que brilla el sol, radiante. Miras a un lado, a otro. Te das la vuelta, le observas; sigue ahí, inmóvil. Esta disfrutando de cada segundo de sueño, de cada inspiración y cada respiración. Tú disfrutas contemplando la bella imagen. Se ha quedado un día precioso para seguir aquí, inmóvil.
Por un segundo parece que reacciona abriendo los ojos, pero es solo un truco para acomodarse y seguir con este momento de armonía. Piensas en quién será más feliz: quien duerme tranquilamente o quien observa hipnotizado.
¿Cuántos planes has hecho ya? ¿Cuántos viajes, caminos, películas, libros, aficiones, gustos, platos, almohadas, momentos, noches y días, atardeceres y amaneceres o canciones estás dispuesto a compartir? Se acaban los números para enumerar todo lo que deseas compartir. Compartir es vivir y tú quieres vivir a su lado.
Sigues observando. Piensas que podrías pasarte la vida así. Piensas que le sientan bien los días de sol y aún mejor los días sin él. Entonces piensas en las noches: ¡qué bien le sientan las noches! ¿Cuántas van ya? Has perdido la cuenta, pero te encantan, te encanta.
Piensas, piensas y piensas mientras sigues observando. Te sientes feliz. Sientes que eres una persona completa y... ¡ups! Ha abierto los ojos y quieres darle los buenos días que se merece... [Continuará]
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